Ser y Tiempo Martin Heidegger
Ser y Tiempo
¿Qué es lo que da ocasión a
nombrar conjuntamente tiempo y ser? Desde el alba del pensar occidental europeo
hasta hoy, ser quiere decir lo mismo que asistir o estar presente. Desde el estar
presente, desde la presencia o asistencia, nos habla ese modo verbal, el
presente, que, de acuerdo con la representación usual, constituye con el pasado
y el futuro la característica del tiempo. El ser es determinado como presencia
por el tiempo. Que así sean las cosas pudiera ser ya suficiente para que se
suscitase en el pensar una permanente inquietud. Inquietud que sube de punto
tan pronto como nos aprestamos a reflexionar en qué medida se da esta
determinación del ser por el tiempo.
¿En qué medida? Esto implica los
siguientes interrogantes: ¿por qué motivo, de qué manera y desde dónde habla en
el ser algo así como el tiempo? Todo intento de pensar suficientemente la
interna relación de ser y tiempo con ayuda de las usuales e imprecisas representaciones
de tiempo y ser queda enredado al punto en una inextricable madeja de
referencias que apenas han sido aún pensadas a fondo.
Al tiempo lo nombramos al decir:
Cada cosa tiene su tiempo. Lo que con ello se mienta es: Todo lo que en cada
caso es, cada ente, viene y va en el tiempo que le es oportuno y permanece por
un tiempo, durante el tiempo que le ha sido asignado. Cada cosa tiene su
tiempo.
Pero ¿es el ser una cosa, una
cosa real y concreta? ¿Es o está el ser, igual que un ente cualquiera, en el
tiempo? ¿Es, en general, el ser? Si lo fuera, entonces es innegable que
tendríamos que reconocerlo como algo ente, y, en consecuencia, encontrarlo como
un tal entre los demás entes. Esta sala es. La sala está iluminada. A la
iluminada sala la reconoceremos sin más y sin reserva como algo ente. Pero
¿dónde, en toda la sala, encontramos al «es»? En ningún lugar entre las cosas
encontramos al ser. Toda casa real y concreta tiene su tiempo. Pero ser no es
ninguna cosa real y concreta, no es o está en el tiempo. Y, sin embargo, el ser
como estar presente, como presente actual, sigue estando determinado por el
tiempo, por lo temporal.
A lo que es o está en el tiempo y
es así determinado por el tiempo, se lo llama lo temporal. Cuando un hombre
muere y es arrebatado de las cosas de este mundo, decimos: se ha cumplido su
tiempo. Lo temporal quiere decir lo pasajero, lo que pasa o perece con el curso
del tiempo. Nuestra lengua dice con aún mayor precisión: lo que pasa con el
tiempo. Porque el tiempo mismo pasa. Y sin embargo, mientras pasa
constantemente, permanece como tiempo. Permanecer quiere decir: no desaparecer
y, por tanto, estar presente. De este modo resulta el tiempo determinado por un
ser. ¿Cómo entonces debe seguir el ser estando determinado por el tiempo? Desde
la constancia del pasar del tiempo, habla el ser. Y, sin embargo, en ningún
lugar encontramos al tiempo como ente alguno igual que una cosa real y
concreta.
El ser no es ninguna cosa real y
concreta, y por tanto nada temporal, mas es, empero, determinado como presencia
por el tiempo.
El tiempo no es ninguna cosa real y concreta,
y por tanto nada ente, pero permanece constante en su pasar, sin ser él mismo
algo temporal como lo ente en el tiempo.
Ser y tiempo se determinan
recíprocamente, pero de una manera tal que ni aquél -el ser- se deja apelar
como algo temporal ni éste -el tiempo- se deja apelar como ente. Al cavilar
sobre todo esto, nos sorprendemos vagando erráticamente entre enunciados
contradictorios. (Para tales casos la filosofía conoce una vía de escape. Se
deja estar a las contradicciones y hasta se las agudiza y se intenta conciliar
lo que se-contradice, y es por tanto inconciliable, en una unidad más amplia. A
este procedimiento se lo llama Dialéctica. Suponiendo que enunciados mutuamente
contradictorios sobre el ser y sobre el tiempo se dejasen poner en regla por
una unidad que los sobre abarcase, ésta sería, ciertamente, entonces una vía de
escape, a saber, un camino que se desvía de las cosas y de la índole o
condición natural de ellas, porque no se compromete ni con el ser como tal, ni
con el tiempo como tal, ni con la relación interna que uno y otro guardan entre
sí. De paso queda totalmente excluida la pregunta de si la relación entre ser y
tiempo es una mera referencia externa, que se deja ulteriormente producir por
la yuxtaposición de ambos, o si la conjunción «ser y tiempo» nombra una
condición natural de la cosa, tan sólo a partir de la cual resultan tanto el
ser como el tiempo.)
Pero ¿cómo debemos comprometernos, haciendo
justicia a la cosa, con la condición natural de ésta nombrada por los títulos
«Ser y tiempo», «Tiempo y ser»?
Respuesta: En la medida en que,
ojo avizor, sigamos con el pensamiento el rastro de las cosas aquí nombradas.
Ojo avizor: esto significa por de pronto: no lanzarse precipitadamente sobre
las cosas con representaciones no contrastadas, sino más bien seguirles
cuidadosamente el rastro con el pensamiento
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