Presente y Futuro - Carl Gustav Jung
Carl Gustav Jung
En todos los tiempos el
interrogante del futuro ha preocupado a los hombres, pero no siempre con la
misma intensidad. Históricamente hablando, son principalmente las épocas de
apremio físico, político, económico y espiritual las que mueven a dirigir la
mirada al futuro con ansiosa esperanza y generan anticipaciones, utopías y
visiones apocalípticas. Cabe citar como ejemplos la era de Augusto, los
comienzos de la era cristiana con sus expectaciones quiliásticas1 y los cambios
que se operaron en el espíritu occidental a fines del primer milenio cristiano.
Vivimos hoy, por así decirlo, en vísperas del fin del segundo milenio, en una
época que nos sugiere visiones apocalípticas de destrucción en escala mundial.
¿Qué significa la "Cortina de Hierro" que divide en dos a la
humanidad? ¿Qué será de nuestra cultura, del hombre, en fin, si llegaran a
estallar las bombas de hidrógeno o si Europa se hundiera en las tinieblas espirituales
y morales del absolutismo de Estado?
Nada justifica el que tomemos a
la ligera esta amenaza. En todo el mundo occidental existen ya las minorías
subversivas listas para entrar en acción, y hasta medran a la sombra de nuestro
humanismo y nuestro culto del Derecho; de manera que el único obstáculo a la
difusión de sus ideas es la razón crítica de cierto sector cuerdo y mentalmente
estable. No se debe sobreestimar la fuerza numérica de este sector. Varía ella
de un país a otro, según el temperamento nacional; además, depende
regionalmente de la educación e instrucción pública, y por añadidura está
sujeta a la gravitación de factores de perturbación aguda de índole política y
económica. Tomando como base los plebiscitos, la estimación optimista sitúa su
límite máximo en el 60 % de los votantes, aproximadamente. Mas también se
justifica una estimación algo más pesimista, pues el don de la razón y del
discernimiento no es un atributo ingénito del hombre, y aun allí donde se da,
se muestra incierto e inconstante, por lo común tanto más cuanto más vastos son
los cuerpos políticos. La masa ahoga la perspicacia y cordura aún posibles en
el plano individual y, por consiguiente, lleva forzosamente a la tiranía
doctrinaria y autoritaria en caso de sufrir un colapso el Estado de Derecho.
La argumentación razonada sólo es
factible y fecunda mientras la carga emocional de una situación dada no rebase
un determinado punto crítico; en cuanto la temperatura afectiva exceda de dicho
punto, la razón se torna inoperante y cede el paso al slogan y al anhelo
quimérico, esto es, a una suerte de estado obsesivo colectivo, el cual,
conforme se va acentuando, degenera en epidemia psíquica. En este estado llegan
a imponerse, entonces, los elementos que bajo el imperio de la razón llevan una
existencia tan sólo tolerada, por asociales. Tales individuos no son en modo
alguno casos raros que sólo se dan en las prisiones y los manicomios; según mi
estimación, sobre cada enfermo mental manifiesto hay lo menos 10 casos
latentes, los cuales las más de las veces no salen del estado de latencia pero
cuya manera de pensar y comportamiento, no obstante la apariencia de
normalidad, están sujetos a inconscientes influencias patológicas y perversas.
Es verdad que las estadísticas médicas, explicablemente, no indican el grado de
incidencia de los psicóticos latentes. Mas aunque su número no sea diez veces
mayor que el de los enfermos mentales manifiestos y los individuos propensos al
crimen, lo relativamente exiguo de su porcentaje dentro del conjunto de la
población queda compensado por la particular peligrosidad de tales personas.
Ello es que su estado mental corresponde al de un grupo colectivamente excitado
que se halle dominado por prejuicios y anhelos afectivos. En un medio
semejante, ellos son los adaptados, y como es natural, se sienten cómodos en
él; por íntima experiencia propia dominan el lenguaje de tales estados y saben
manejarlo. Sus ideas quiméricas, nutridas por resentimientos fanáticos, apelan
a la irracionalidad colectiva y encuentran en ella un terreno fértil, como que
dan expresión a los móviles y resentimientos que en las personas más normales
dormitan bajo el manto de la razón y la cordura. Es así que, no obstante su
número exiguo dentro del conjunto de la población, constituyen un peligroso
foco de infección, toda vez que es muy limitado el conocimiento que tiene de sí
mismo el llamado hombre normal.
Bibliografía:
Jung, C. (1963).
Presente Y futuro. Buenos Aires: SUR.
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